MISIONES SANTA BAKHITA IX
Esta Semana Santa, Ngandanjika ha recibido la visita de un grupo de veinticuatro médicos españoles, por tercer año consecutivo. Los profesionales sanitarios, provenientes de hospitales de Barcelona, Madrid y Toledo; eran de diferentes especialidades y de distintas edades. Entre los más jóvenes, había médicos residentes que en el MIR obtuvieron un número 500, 180 y 120. Por otra parte, los más veteranos eran médicos de reconocido prestigio con experiencias previas en el mundo de la cooperación médica. Asimismo, la expedición hispana también venía acompañada de un médico de Kinshasa y un joven de Burkina Faso.
Este año los sanitarios españoles han llevado a cabo un servicio ginecológico, un servicio dermatológico, un servicio de medicina de asistencia primaria y numerosas intervenciones quirúrgicas.
En 1956, dos años después de que se fundase la primera Universidad del Congo (Lovanium, filial de la Universidad Católica de Lovaina), se inauguró el Hospital General de Ngandanjika. Dicho edificio en términos arquitectónicos debió ser muy moderno y avanzado para la época, pero la falta de mantenimiento ha provocado que se hayan ido cayendo algunos techos, que muchas camas estén destartaladas, que algunas ventanas carezcan de cristales y que los suelos y paredes estén cubiertos de suciedad. Como dice Ntumba (trabajadora de Prodi) los congoleños que buscan un futuro mejor a veces lo pueden encontrar en el pasado.
En el Congo no existe un Estado de bienestar donde funcione la Seguridad Social, lo que implica que el ciudadano medio congolés sin recursos no pueda pagarse un tratamiento médico en un hospital público. Asimismo, la falta de medios hace que haya pacientes que mueran por enfermedades que en Europa tienen una fácil cura. Por no decir que los médicos son médicos generalistas y no existen especialistas con una buena formación. Todos estos factores hacen que muchas veces el hospital congoleño parezca más bien una funeraria, en vez de un centro de salud, al que solo acuden aquellos enfermos a los que no les queda otra salida.
Entre este clima desconsolador, se ve una luz cada vez que llegan los médicos españoles. Enfermos provenientes de un radio de 100 kilómetros acuden al hospital de Ngandanjika para recibir un tratamiento apropiado y gratuito (pagado por la cooperación española). El balance de este año ha sido un total de ciento cinco cirugías (cuatro bajo anestesia general por intubación) y unas mil doscientas consultas.
En primer lugar, el equipo de medicina de asistencia primaria ha hecho un poco de todo en los cuatro pabellones del hospital (hombres, mujeres, maternidad y niños): casos de malnutrición, malaria, fiebre tifoidea, cuadros de procesos respiratorios infecciosos, parasitosis intestinales y sospecha de casos de tuberculosis y leismaniosis. Ha sido toda una clase magistral de enfermedades tropicales y casos que apenas se ven en Europa.
Por otro lado, el equipo de ginecología ha llevado a cabo una labor de prevención y formación por las localidades aledañas a Ngandanjika. Para ello, han acudido a diferentes centros de maternidad para concienciar a la población local para prevenir las fístulas, es decir, conexiones anormales entre dos partes del cuerpo, en este caso, entre la vejiga y la vagina. Debido a los partos prolongados, las mujeres congoleñas sufren este tipo de fístulas, que provocan que expulsen la orina por la vagina sin controlar su flujo. Puesto que operar las fístulas es difícil con los medios del Congo, la labor principal ha sido, sobre todo, educativa en los pueblos. Pero los ginecólogos también han pasado consultas en el Hospital General y han llevado a cabo diferentes operaciones: cesáreas, histerectomías vaginales, histerectomías abdominales, miomectomias y un cáncer de cérvix.
Por otra parte, el equipo de dermatología se ha centrado sobre todo en los albinos, un sector marginado en el África subsahariana. Un albino en África es una persona con rasgos negros pero con piel blanca. Debido a su falta de melanina (protege la piel de las radiaciones solares) los albinos del Congo suelen sufrir tumores de grandes proporciones por todas las partes del cuerpo que están en contacto con el sol. El trabajo de estos médicos también se ha centrado en la prevención pues se han repartido sombreros, gafas de sol y cremas fotoprotectoras; además de apoyar a las asociaciones de albinos de Ngandanjika y Mbuji Mayi. Sin embargo, también se han visto casos de psoriasis, ulceras tropicales, infecciones cutáneas, quemaduras, etcétera. En todo caso, cuando se diagnosticaban tumores los pacientes eran enviados al quirófano para que los cirujanos extirpasen dichos cánceres.
En quirófano, el equipo de cinco anestesistas, cinco cirujanos y cuatro enfermeros no ha dado abasto en las cuatro mesas de operación. Se han extirpado tumores (algunos de ellos incluían injertos de piel), hernias inguinales y umbilicales, y hasta un bocio (tiroides). También se han llevado a cabo resecciones de carcinomas epidermoides y basocelulares de piel, resección de miomas, resección de lipoma frontal gigante, resección de posible meningocele y un largo etcétera de palabras provenientes del argot médico que son inentendibles e ilegibles por parte del resto de los mortales.
Para uno que no entiende de medicina, la imagen del quirófano recordaba a una película de la Guerra de Vietnam. Las salas de operaciones estaban atestadas de pacientes que segregaban litros de sudor debido al asfixiante calor húmedo ecuatorial. Todos ellos con las tripas y los cuellos abiertos mientras las moscas sobrevolaban sus llagas. La mayoría de los pacientes operados estaban despiertos y miraban al techo durante la operación pues, a falta de medios, solo se les podía aplicar anestesia local. En ocasiones el suelo y los pijamas de los cirujanos quedaban cubiertos de manchas de sangre tras las operaciones y el bisturí eléctrico desprendía un fuerte olor a piel y pelo quemado. En conclusión, un escenario parecido al de «Apocalipsis Now» o «Cuando éramos soldados».
Para los médicos españoles, además de una labor reconfortante, es todo un reto profesional pues la complejidad de los casos y la falta de medios les obliga a sacar lo mejor de ellos mismos y a ingeniárselas para operar como nunca lo habían hecho antes.
De los casos más sorprendentes o que más me han llamado la atención se pueden mencionar los siguientes: un niño que expulsaba sus heces por el ombligo, una mujer cuya vulva había sido desgarrada por su marido con un hierro ardiendo, una persona con seis dedos pero que uno de ellos era doble, una albina con un tumor que ocupaba toda la parte frontal de su cara y que desprendía un olor del demonio, los bocios del tamaño de una pelota de balonmano, un niño que le colgaba una bolsa de piel o grasa del final de la espalda y que no se sabía si estaba conectada con la espina dorsal… Si alguna editorial necesita fotos para un manual de medicina, que se apunte a las próximas misiones médicas de Semana Santa.
Sobre el tema de trabajar en un hospital de un país tercermundista, no todo es color de rosa. Al fin y al cabo, en solo una semana un grupo reducido de médicos extranjeros demuestra a la población local el fracaso de la sanidad pública congoleña y lo que se podría hacer si fuesen una sociedad desarrollada. Esta intromisión a veces hiere el orgullo de los médicos y directores de los hospitales. Por ello, es vital trabajar desde la humildad con esta gente y comprender su situación de miseria. A la hora de trabajar y la forma de trabajar, hay que comprender que, como dice David Van Reybrouck en «Congo, the Epic History of a People», esta gente tiene claro desde los años previos a la independencia que quieren ser «congoleños civilizados, no europeos con piel negra». Esto no quita que a veces parezca sorprendente que el Ministerio de Sanidad de la RD Congo cobre una tasa de varios cientos de euros para que cada médico extranjero se deje la vida en curar gratuitamente a los pacientes congoleños cuyo Estado deja desprotegidos. Por otra parte, trabajar en un lugar donde reina la miseria también complica las cosas pues muchos trabajadores aprovechan la ocasión para abastecerse de material médico no vigilado o intentan cobrar por cualquier cosa a los pacientes. A pesar de este riesgo, también es bueno ponerse en su lugar y no acusar a nadie de robo a menos que existan pruebas contundentes. Para el congoleño es doloroso también que el blanco sospeche directamente de él sin pruebas, solo porque sea negro y pobre.
A pesar de las grandes complicaciones de trabajar en un país del Tercer Mundo, los resultados son extraordinarios y la sensación es muy gratificante. Es verdad que uno siempre se puede cuestionar si merece la pena un esfuerzo así o si el océano nota el sabor de una sola gota. Es normal y es humano. Sin embargo, siempre hay que tener esperanza y tener en cuenta que, además de las vidas salvadas y las familias agradecidas, el proyecto va más allá. En los próximos años, Prodi tiene previsto inaugurar un hospital totalmente independiente y con los estándares modernos occidentales. El vínculo España-RDCongo de las misiones médicas de Semana Santa podrá hacerse aún más fuerte y sus frutos crecerán de forma exponencial. No solo se curará, sino que se enseñará a curar a los médicos locales. El proyecto es apasionante y lo que es seguro es que nunca hubiese nacido sin la concepción de la primera misión médica de los españoles. Como diría uno de mis líderes espirituales: «si se cree y se trabaja, se puede»1.
Volviendo a lo nuestro, aparte del trabajo en el hospital de esta Semana Santa, la apretada agenda también ha permitido que el coordinador del equipo médico concediese una entrevista en riguroso directo desde el centro del Congo a una de las emisoras de radio españolas con mayor audiencia, a visitar el colegio «La Robertanna» para poder escuchar a los alumnos de prescolar cantar el himno nacional y otras canciones, a asomarnos a la erosión que amenaza con dividir la ciudad de Ngandanjika en dos mitades, a visitar a la cárcel de la ciudad y dar de comer a los presos el Jueves Santo, a saludar a los niños del orfanato de la Misericordia y a refrescar la garganta en el bar de Prodi con gin-tonics y cervezas.
1 Diego Pablo Simeone, El Cholo
Fuente: El bién congolés